El estado de Campeche (México)

A pesar de la multitud de información de la que disponemos hoy en día gracias a Internet, hay algunos lugares, muchos de hecho, que son asombrosos y que por una razón u otra no son conocidos no solo por la mayoría de la población, sino tampoco por muchos viajeros, incluso los más experimentados. Dificultad de acceso, falta de promoción…lo que sea, pero cuando uno «descubre» uno de estos lugares, acostumbra a tener una reacción en cinco fases (al menos esto es lo que me pasa a mí):

1-Alucinar de que exista algo así y no sea más conocido

2-Pensar que si no es conocido es porque debe prácticamente inaccesible

3-Investigar y querer ir

4-Intentar ir y quizás lograrlo

5-Apenarse porque el lugar no es más conocido para inmediatamente alegrarse de que así sea y esperar que no sea más conocido para poderse preservar tal y como es.

Me ha pasado lo mismo con lugares como la isla de Ometepe en Nicaragua, el Parque nacional de Canyonsland en Estados Unidos, la depresión del Danakil en Etiopía o las ruinas mayas de Calakmul, en el estado mexicano de Campeche, a las que en parte dedico este post.

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De México solo conocía prácticamente la capital, donde había estado tres veces, y muy por encima Veracruz y Puebla, así que me apetecía profundizar un poco más en el país con más lugares patrimonio de la humanidad en toda América. Mi primera intención era visitar Chiapas, pero no recuerdo cómo, organizando la ruta, «descubrí» la existencia de Calakmul, que se decía que fueron las ruinas mayas más importantes de toda la época pre-hispánica, superando a las mucho más famosas de Chichén Itzá y Palenque y rivalizando con las de Tikal, en Guatemala, a las que de hecho sometió. Los mayas, al contrario que los aztecas, vivían en ciudades-estado independientes, con vínculos tanto comerciales como bélicos. Si fueron tan poderosas, si son tan grandes (más de 6000 edificios incluyendo algunas de las pirámides más altas del país), entonces, ¿por qué no son más conocidas? Por varios motivos, uno de los cuales es su «reciente» descubrimiento: los españoles, de hecho, nunca llegaron a saber de su existencia, y no fue hasta principios del siglo XX cuando los habitantes de la zona, buscando el árbol del chicle, las avistaron, en lo más profundo de la que actualmente es la Reserva de la biosfera de Calakmul, la segunda selva tropical en tamaño de todo el continente tras el Amazonas. Y ahí está el segundo hándicap a la hora de ser más conocida: la dificultad de su acceso: el pueblo más cercano está a una hora y media en vehículo, y el aeropuerto más cercano, a cuatro horas. Los turistas que van a la Riviera Maya, al este, no llegan porque está demasiado lejos, mientras que los que hacen ruta por Chiapas, al oeste, al llegar a Palenque van al norte y continúan ruta hacia Mérida. Campeche queda en medio, siendo el menos turístico de los estados del Yucatán.

Calakmul, de hecho, aún se está descubriendo. Siguen saliendo objetos fruto de las excavaciones que se llevan a cabo y, de hecho, su edificio más alto, la llamada «Estructura II», está cubierta aún en tres de sus cuatro costados, por vegetación. La «Estructura I» es quizás la más bella: es la segunda pirámide más alta y, como en este caso sus cuatro lados están descubiertos, las vistas desde arriba son impresionantes. Me quedo con esta imagen de todo mi viaje a México: la selva y el cielo, por donde volaban libremente un par de zopilotes (una especie de buitre típico de la región) en la inmensidad del cielo y sobre la inmensidad de la jungla.

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En la misma Reserva de la Biosfera es posible visitar otros sitios arqueológicos de interés, como Chicaná, Xpujil o Becán, todos correspondientes al estilo llamado «Río Bec».

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A cuatro horas al norte queda Campeche, la capital del estado homónimo. Se trata de una bella ciudad colonial, también patrimonio de la Unesco, y destaca por los colores pastel de sus casas bajas. Además, es la única de México con muralla. Así pues, estuve paseando sin una ruta preestablecida, callejeando, visitando el Museo de antropología maya (donde destaca una máscara de jade encontrada en Calakmul), apreciando las coloridas fachadas de sus edificios e iglesias y disfrutando al final del día de la puesta de sol en el golfo de México desde el malecón.

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Con Calakmul me pasó como con muchos otros lugares que descubro «sin querer». Estoy planificando una ruta por algún país y una cosa lleva a la otra. Lees sobre un lugar, normalmente en algún foro (me informé en tres guías y como mucho había un párrafo hablando de estos yacimientos, y sin una sola foto), y piensas: «Ahí hay que ir sí o sí». Es como un flechazo. Normalmente, la intuición no acostumbra a fallar. Y piensas en los listados de «Los mejores lugares», «Las 7 maravillas del mundo» y te das cuenta que en los viajes también hay mucho márketing. Que también existe lo «mainstream» y el fast food en cuanto a los destinos. Lugares de consumo masivo donde la otra cara, por suerte, son las joyas poco frecuentadas. Existen esos lugares, sí. La satisfacción de haberlos conocido, querido ir y haberlos visitado no tiene precio.

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